Sobre el Profeta Ezequiel




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domingo, 21 de noviembre de 2010

TOLERANCIA

                     Con bastante frecuencia escuchamos hablar sobre la tolerancia como la actitud más excelsa ante los que son diferentes. Nuestra sociedad considera diferente y señala al que piensa distinto, vive de forma distinta, proviene de un lugar distinto, se expresa de forma distinta, profesa una fe distinta y desarrolla sus capacidades humanas de forma distinta.

Cuando buscamos en los diccionarios o en otras fuentes, sean las tradicionales o las cibernéticas, encontramos varias definiciones sobre el concepto. Muchas de estas definiciones son de tipo negativo como por ejemplo: “acción de tolerar, derecho reconocido por la ley para celebrar privadamente actos de cultos  que no son los de la religión del estado, sufrir y llevar con paciencia, permitir algo que no se tiene por lícito, admitir la presencia de alguien y soportarlo a pesar de sus defectos.”

Otros definen con un tono más positivo el concepto tolerancia como “el respeto o consideración hacia las opiniones o prácticas de los demás, aunque sean diferentes a las de la primera parte”. Puede tratarse también, de respetar la libertad del otro en materia de religión o de opiniones filosóficas o políticas, de etnias o culturas, de género o conducta sexual.

Muchos estamos de acuerdo en que la tolerancia es la actitud mínima necesaria para garantizar la coexistencia pacífica a todos los niveles. Sin embargo, la tolerancia no es suficiente para crear las circunstancias para una convivencia  real y constructiva. La misma tolerancia que busca garantizarle a la persona que puede ser diferente y puede permanecer fiel a sus convicciones políticas, religiosas, filosóficas o lo que sea, puede aislar a las partes. El aislamiento o la indiferencia no es parte de la tolerancia y pueden provocar problemas sociales de diferentes tipos.

Desde la perspectiva de la experiencia cristiana, la tolerancia es superada por un valor superior: el del amor al prójimo. Aceptamos al otro que es diferente, que piensa distinto, que vive de manera diferente y profesa otra fe; porque es hijo de Dios, es nuestro hermano y porque lo amamos. Como amamos al otro que es diferente, entonces es parte, y por tanto buscamos la convivencia, la fraternidad, el respeto por la dignidad de la persona y el bien común.

domingo, 14 de noviembre de 2010

NO TE DESESPERES

Si en el transcurso de tu vida, estimado lector, has pensado que no es posible seguir adelante, que las cosas se han vuelto complejas, que el camino es demasiado difícil, que a tu alrededor no hay nadie para ayudarte en la ardua tarea, que no hay remedio para los problemas y que ya todo se acabó; entonces te has desesperado.

La desesperación es sencillamente perder totalmente la esperanza. La esperanza es la virtud teologal la cual creemos en el cumplimiento de las promesas que Cristo nos ha realizado. Esta confianza que tenemos en Cristo, nos lleva a vivir aspirando al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra. El fundamento de nuestra esperanza es la persona de Jesucristo que es Dios omnipotente y bondadoso y no puede fallar a sus promesas. “Sabed que nadie esperó en el Señor que fuera confundido. ¿Quién que permaneciera fiel a sus mandamientos, habrá sido abandonado por Él, o quién, que le hubiere invocado, habrá sido por Él despreciado? Porque el Señor tiene piedad y misericordia” (Eclesiástico 2, 11-12).

Perder la esperanza no es una opción que realizamos directa y voluntariamente. A esto nos llevan situaciones del pasado que no hemos sabido manejar, sea porque no hemos tenido el valor o las herramientas para enfrentarlas, o bien sea, porque han estado fuera de nuestro alcance, puesto que no las hemos producido. Además, cuando tenemos un corazón demasiado apegado a personas, a las relaciones y a las cosas, se va desplazando a Dios de su centro a otro plano donde ya no puede ser para nosotros faro que nos guía. Asimismo, la falta de confianza en que Dios nos ama y nos da la fuerza a pesar de cualquier prueba. Esto nos hace sentir que ya no tenemos fuerzas ante las situaciones que entendemos que no vamos a poder superar.

Quien se desespera ha perdido la esperanza y puede echarse la culpa de su mal o culpar a otro. Pero se ciega, no puede ver cómo resolver la culpa, no cree tener perdón o no cree poder vivir la cruz que lleva. Esto lleva a muchas personas a tomar decisiones incorrectas en el momento incorrecto. Muchas de estas decisiones son irreversibles, es decir, ya no hay vuelta atrás. Otras de estas decisiones, que han llevado a muchos a realizar mudanzas en tiempos de tormentas, pueden corregirse, pero requieren un esfuerzo extraordinario y un trabajo humano sincero y un trabajo sincero desde el corazón. La desesperación si tiene remedio. Jesús vino para liberarnos, para sanarnos. Sólo Él puede penetrar hasta el interior de nuestro corazón y sanar las culpas, perdonarnos y darnos la gracia de perdonar y reparar el daño cometido.

Cuando “el ser humano deja de esperar de Dios su salvación personal, el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecado. Se opone a la bondad de Dios, a su Justicia -porque el Señor es fiel a sus promesas- y a su Misericordia.” Vea CIC núm. 2091. La desesperanza atenta contra el primer mandamiento.

Santo Tomás de Aquino (Suma Teológica), la desesperación nos paraliza porque nos aparta de los auxilios que Jesús nos ofrece. Entonces nos dejamos llevar por la corriente de los instintos bajos y no luchamos contra ellos con suficiente fortaleza. Nos apartamos del camino de la virtud y de la lucha de cada día.

Pongamos nuestra confianza en el SEÑOR.