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miércoles, 12 de enero de 2011

LA VIDA Y LA MUERTE AL INICIO DEL AÑO



Al comienzo del año, lo que todos esperan es hablar y reflexionar sobre la vida. No obstante, como el comienzo de este año ha estado manchado por la sangre de al menos 33 asesinatos en 10 días, sin contar los muchos heridos, es tema obligatorio hablar y reflexionar sobre las muchas muertes que se han suscitado en nuestro país. Parece que la cultura de la muerte ya nos ha asimilado y es necesario resolver cualquier situación cegando la vida de las personas, no tan sólo la de los que quizás pueden estar involucradas en el problema, sino también la de los inocentes e indefensos. Parece que hemos retrocedido en nuestro desarrollo cívico y humanitario, o bien, hemos sido adoctrinados por los video-juegos y Hollywood, dónde matar es el atractivo y lo “cool” del evento.

También les comparto, que el 6 de enero de este año, una hermana de mi queridísima abuela, falleció. Este acontecimiento, también nos llevó a muchos de la familia a reflexionar sobre la muerte. Naturalmente, la pérdida de un ser querido o cercano a nuestra existencia, nos conduce hasta ese plano de reflexión. Sin embargo, al reflexionar sobre el acontecimiento de esta muerte, podemos llegar a otros horizontes, muy distintos a los que nos llevan a reflexionar los asesinatos de los primeros 10 días del año 2011.

Falleció una valerosa mujer de 94 años que batalló hasta el último momento. Y, aunque los últimos 5 años, los vivió con asistencia desde el lecho de su cama, fue una escuela necesaria para los parientes que le acompañaron en el proceso. Fortaleza para sus cuidadores, hálito de vida para algunos de sus hijos y motivación para el esfuerzo cotidiano para muchos de sus nietos.

Se marchó en serena peregrinación a la casa del Padre, una mujer que respondió a su llamado y siendo fiel a su generoso sí, permaneció fiel hasta el final. Fiel a su esposo, hijos, nietos, bisnietos y tataranietos. Ejemplo de vida que aportó con los más nobles valores a la educación de sus hijos. Una mujer fecunda, no tan sólo porque trajo al mundo 12 hijos de quienes han nacido 37 nietos, 48 bisnietos y 17 tataranietos, sino porque colaboró en la gran gesta de formar una familia de donde, como bien expresara uno de sus hijos en el discurso de duelo, “no han surgido muchos santos pero sí muchos profesionales y buenos ciudadanos”. Se fue al cielo una mujer que lo entregó todo. Todo. No tenía nada. Nada era de ella. Se fue al cielo libre. Ha tomado vuelo con sus propias alas. Las del amor y la libertad.

 La muerte de un ser querido, provoca la mayoría de las veces, una profunda reflexión sobre el valor de la vida.  La vida, como he compartido en otras ocasiones, es movimiento inmanente y autoperfeccionante. Nunca es igual, pues estamos en continuo movimiento, desarrollo y maduración, no tan sólo a nivel humano sino también, a nivel espiritual.

Además, la muerte hace pensar en el valor de la sana y estrecha relación familiar. Hay quienes se lamentan por no aprovechar el tiempo para compartir con los seres queridos los momentos más importantes de la vida de cada miembro. Hay que vivir con intensidad. No podemos dejar pasar las oportunidades, no sabemos si estaremos mañana.

La reflexión que se produce con el deceso de una persona cercana a nuestras vidas, en la mayoría de las veces se dirige en tres líneas: tengo que proteger mi vida y la de mis seres queridos, cómo he de aprovechar el tiempo suficientemente con mis seres queridos, qué me toca realizar para vivir con intensidad cada acontecimiento de la vida.

Atención.

Diligencia.

Responsabilidad.

Dedicación.

Ahora a pensar…

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