Dime cuál es tu riqueza
y te diré dónde está tu corazón...
Domingo
19 del Tiempo Ordinario
Es normal que en situaciones de debilidad,
escases y pobreza; las personas aspiren a mejorar su propio estatus y el de su
familia. Eso no es malo, al contrario, hay cosas que son necesarias para la
subsistencia y el desarrollo de los miembros de la familia y de las
comunidades. Sin embargo, no todos los afanes de las personas pueden estar
dirigidos a la obtención de bienes materiales, aun cuando estén destinados a la
sobrevivencia, como lo es el alimento. Es por esto, que en muchas ocasiones el
ser humano se encuentra vacío aún en medio de todo. De ahí las palabras de
estímulo que Jesús pronuncia en el evangelio de hoy (Lc 12, 32-48) con las que
continúa su enseñanza sobre la verdadera riqueza.
En este contexto, Jesús no está atento a
cuánto tenemos, ni cuan extensa es la riqueza de una persona. Tampoco, presta
atención a nuestra pobreza, ni a lo poco que tenemos para vivir cada quincena.
Jesús, en realidad hace énfasis en una sola interrogante: ¿dónde está nuestro
corazón?
Una persona puede ser pobre
económicamente, pero vivir solamente para sus escasos bienes materiales, ser
egoísta, interesado, tacaño. En este caso, su
corazón está en la riqueza, la poca que tiene y la mucha que quisiera
tener. A esta persona le sucede igual que a la que posee una gran riqueza y
solamente vive para mantenerla o acrecentarla, sin importar las consecuencias
en el seno de su hogar, ni las consecuencias con respecto a los demás en la
comunidad que le rodea. No obstante, hay personas que gozan de una buena
posición, pero son generosas, desprendidas, abiertas a las necesidades de los
demás, y dispuestas a dejarlo todo, si así se lo pide Jesús.
Jesús, nos está invitando a verificar dónde
está nuestro corazón, a examinar cuáles son los tesoros por los que estamos
dispuesto a dejarlo todo y dejarlo todo significa que Jesús y la construcción
de su Reino (lugar donde está la verdadera riqueza) es primero.
Los siervos y los administradores que Jesús
nos menciona en el evangelio, son los que están al servicio de los bienes del
Reino de Dios. Estos bienes que se nos ha confiado, no se pueden convertir para
nosotros en una especie de riqueza ni propiedad privada y exclusiva. No somos
dueños del reino, ni de los bienes que nos ha confiado Jesús, sino sólo sus
administradores, es decir, sus servidores, quienes hemos de llevar a todos. De
esta manera queda respondida la pregunta que Pedro hace a Jesús: “¿has dicho esta parábola por nosotros o por
todos?” La enorme riqueza de la fe en Jesucristo recibida por los
discípulos les ha sido dada en depósito, para que la administren fielmente en
favor de todos. Si la consideramos algo exclusivo, de la que podemos disponer a
voluntad sólo en beneficio propio, nos convertimos en un círculo cerrado, que
se olvida que debe dar cuenta a su Señor de los bienes recibidos. Si no hacemos
fluir el mensaje evangélico hacia fuera de nosotros a través de nuestras vidas,
palabras y acciones; se estanca como el agua en una charca, donde al cabo de un
tiempo se pudre.
Si realizas desinteresada y
generosamente lo que te corresponde como padre o madre de familia, entonces
eres un administrador fiel y atento. Si realizas desinteresada y generosamente
lo que te corresponde como empleado público, maestro, legislador, contador,
vendedor, inspector, etc.; entonces eres un administrador fiel y atento. De
esta forma el amo te ha colocado al frente de la servidumbre para que les
reparta la ración a sus horas.
Lucas (12,32-48):
Dijo Jesús a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque
vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad
limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el
cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está
vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y
encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor
vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a
quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá,
los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o
de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el
dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo
mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el
Hijo del hombre.»
Pedro
le preguntó: «Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?»
El
Señor le respondió: «¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo
ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus
horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose
así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el
empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los
mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese
criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la
pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no
está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe,
pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho
se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.»