Sobre el Profeta Ezequiel




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sábado, 17 de agosto de 2013


¡Eah… RAYOS!
Domingo 20 del Tiempo Ordinario

 

«He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.» (Lucas 12, 49-53)

 

Si hubiese leído este pasaje en otro contexto y no supiera que el mismo es tomado del evangelio según san Lucas, jamás hubiera pensado que se trata de las palabras de Jesús. Se habla mucho en diferentes foros sobre lo pertinente, controversial y radical del mensaje de Cristo, sin embargo, estamos acostumbrados a escuchar palabras bonitas que expresan amor, que transmiten paz y esperanza. Ciertamente, Jesús habla del amor al prójimo; y siembra la paz y la esperanza a quienes con sus palabras y acciones impactó y continúa impactando hoy día.

Son muchas las situaciones difíciles que vivimos día a día con nuestras familias y seguramente dichas situaciones se reflejan en todas nuestras comunidades. La crisis económica, el trabajo y la realidad que se vive en la calle, intentan ahogarnos en un gran mar de conflictos que muchas veces no tienen una solución capaz de levantar al ser humano de la miseria. Ante esta situación, muchas personas con una idea mágica y otras con una genuina intención, acuden al mensaje de la buena noticia del evangelio en búsqueda de luz para esclarecer las dificultades y trabajar fuertemente para continuar hacia adelante en la vida alcanzando bondades y las gracias necesarias para sí y su familia. No obstante, cuando nos encontramos con palabras o expresiones como las que encontramos en el trozo del evangelio que la liturgia nos presenta hoy, es posible que nos quedemos estupefactos, ante tales términos.

Al intentar analizar este pedazo del mensaje de Jesús, podemos pensar en un cinismo, ironía o sarcasmo. Pese, a lo sorprendentes o pesadas que pueden parecer estas palabras, no se trata de un mensaje contradictorio al mensaje de amor, paz o esperanza del cual están cargados lo demás discursos de Jesús, sino de las consecuencias que tiene precisamente, asumir de forma radical la propuesta del mensaje de amor, paz o esperanza que transmite Jesús. Es que tomar decisiones en pos del seguimiento de Cristo y de su evangelio, si bien pueden parecer algo bueno, para muchos, familiares y amigos inclusive, es una decisión irracional, insensata o absurda. Pregúntame y con gusto te responderé lo que piensan algunos parientes y amigos míos. De aquí que Jesús diga: “¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.”

A esto hay que decir que si bien una decisión puede resultar conflictiva con el entorno, no es una decisión contra nadie, sino a favor de todos, incluyendo a quienes difieren de nosotros por diversas razones o criterios. Pues, quien sigue a Jesús debe estar dispuesto a dar la vida por sus amigos y también por sus enemigos. Optar por seguir a Jesús es beneficioso no sólo para el que realiza la opción, sino también para los que se oponen a ella.

Por tanto, la decisión radical y difícil a favor de Jesús y de palabra, es, al mismo tiempo, una decisión a favor de la autenticidad de la propia vida y de los valores que dignifican y salvan la vida humana. Es una decisión que redunda en amor, verdad y bien y como consecuencia; en paz, esperanza y justicia para los que están a favor y para los que por variados motivos, se oponen a nuestra elección.



Aprovecho para saludar afectuosamente a mis amigos y amigas, con quienes hace mucho tiempo no puedo compartir las alegrías y las tristezas como lo hacíamos en los años universitarios y de la pastoral juvenil, aquella, la que proclamaba la palabra de una nueva generación. Tiempos radicales. «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!
 
 
 
 
 

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