Sobre el Profeta Ezequiel




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domingo, 11 de agosto de 2013


Dime cuál es tu riqueza
y te diré dónde está tu corazón...
Domingo 19 del Tiempo Ordinario



Es normal que en situaciones de debilidad, escases y pobreza; las personas aspiren a mejorar su propio estatus y el de su familia. Eso no es malo, al contrario, hay cosas que son necesarias para la subsistencia y el desarrollo de los miembros de la familia y de las comunidades. Sin embargo, no todos los afanes de las personas pueden estar dirigidos a la obtención de bienes materiales, aun cuando estén destinados a la sobrevivencia, como lo es el alimento. Es por esto, que en muchas ocasiones el ser humano se encuentra vacío aún en medio de todo. De ahí las palabras de estímulo que Jesús pronuncia en el evangelio de hoy (Lc 12, 32-48) con las que continúa su enseñanza sobre la verdadera riqueza.

En este contexto, Jesús no está atento a cuánto tenemos, ni cuan extensa es la riqueza de una persona. Tampoco, presta atención a nuestra pobreza, ni a lo poco que tenemos para vivir cada quincena. Jesús, en realidad hace énfasis en una sola interrogante: ¿dónde está nuestro corazón?

Una persona puede ser pobre económicamente, pero vivir solamente para sus escasos bienes materiales, ser egoísta, interesado, tacaño. En este caso, su  corazón está en la riqueza, la poca que tiene y la mucha que quisiera tener. A esta persona le sucede igual que a la que posee una gran riqueza y solamente vive para mantenerla o acrecentarla, sin importar las consecuencias en el seno de su hogar, ni las consecuencias con respecto a los demás en la comunidad que le rodea. No obstante, hay personas que gozan de una buena posición, pero son generosas, desprendidas, abiertas a las necesidades de los demás, y dispuestas a dejarlo todo, si así se lo pide Jesús.

Jesús, nos está invitando a verificar dónde está nuestro corazón, a examinar cuáles son los tesoros por los que estamos dispuesto a dejarlo todo y dejarlo todo significa que Jesús y la construcción de su Reino (lugar donde está la verdadera riqueza) es primero.

Los siervos y los administradores que Jesús nos menciona en el evangelio, son los que están al servicio de los bienes del Reino de Dios. Estos bienes que se nos ha confiado, no se pueden convertir para nosotros en una especie de riqueza ni propiedad privada y exclusiva. No somos dueños del reino, ni de los bienes que nos ha confiado Jesús, sino sólo sus administradores, es decir, sus servidores, quienes hemos de llevar a todos. De esta manera queda respondida la pregunta que Pedro hace a Jesús: “¿has dicho esta parábola por nosotros o por todos?” La enorme riqueza de la fe en Jesucristo recibida por los discípulos les ha sido dada en depósito, para que la administren fielmente en favor de todos. Si la consideramos algo exclusivo, de la que podemos disponer a voluntad sólo en beneficio propio, nos convertimos en un círculo cerrado, que se olvida que debe dar cuenta a su Señor de los bienes recibidos. Si no hacemos fluir el mensaje evangélico hacia fuera de nosotros a través de nuestras vidas, palabras y acciones; se estanca como el agua en una charca, donde al cabo de un tiempo se pudre.

Si realizas desinteresada y generosamente lo que te corresponde como padre o madre de familia, entonces eres un administrador fiel y atento. Si realizas desinteresada y generosamente lo que te corresponde como empleado público, maestro, legislador, contador, vendedor, inspector, etc.; entonces eres un administrador fiel y atento. De esta forma el amo te ha colocado al frente de la servidumbre para que les reparta la ración a sus horas.

 

Lucas (12,32-48):

Dijo Jesús a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»
Pedro le preguntó: «Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?»
El Señor le respondió: «¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.»

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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