LAS VIRTUDES[1]
La virtud puede definirse como el hábito de obrar bien. Las mismas perfeccionan las potencias operativas. La naturaleza de la virtud está en la prontitud de la voluntad para realizar el bien en cualquier situación dada. La virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien. Permite a la persona no sólo hacer actos buenos, sino dar lo mejor de sí.
“Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta.”[2]
La necesidad de la virtud
La virtud puede definirse como el hábito de obrar bien. Las mismas perfeccionan las potencias operativas. La naturaleza de la virtud está en la prontitud de la voluntad para realizar el bien en cualquier situación dada. La virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien. Permite a la persona no sólo hacer actos buenos, sino dar lo mejor de sí.
“Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta.”[2]
La necesidad de la virtud
Las potencias racionales, así también como las sensibles, en cuanto son dominadas por las racionales, tienen un amplio margen de indeterminación en su obrar: las mismas pueden tender a diversos objetos, algunos buenos y otros malos, y por eso necesitan una disposición accidentar que las determine hacia los actos buenos.
Para que se dé un acto humano bueno no basta la buena voluntad; es necesaria también la rectitud de las tendencias sensibles y el uso recto de las potencias exteriores. Los apetitos sensibles, por tener un movimiento instintivo propio, pueden revelarse frente a las potencias superiores, y necesitan ser perfeccionados por las virtudes morales. Las virtudes son necesarias para perfeccionar la libertad, porque quiebran en buena parte esa cierta indiferencia de la voluntad, que se ve, además, solicitada por los bienes aparentes que le presentan las pasiones desordenadas.
Las virtudes intelectuales
Las virtudes intelectuales inhieren y perfeccionan a la inteligencia especulativa o práctica. Las virtudes de la inteligencia son: el hábito de los primeros principios teóricos (intellectus) y morales (sidéresis); el hábito de considerar las cosas desde la Causa última de toda la realidad (sabiduría); y el hábito de estudiar las últimas causas de cada género de cosas descendiendo desde ellas a conclusiones lo que conocemos como (ciencias).
Modo de adquirir las virtudes
Las virtudes humanas se adquieren por la repetición de los actos. Estas potencialidades al ser movidas por una potencia superior, reciben de ellas una disposición, porque todo lo que es movido por otro, es dispuesto por el acto del agente. Si esta disposición se repite se hace estable y se genera al hábito. Existen algunos hábitos que pueden llamarse naturales porque proceden en parte de la naturaleza y en parte de los actos del hombre. estos hábitos son dos: el de los primeros principios especulativos (intellectus) y el de los primeros principios morales (sindéresis).
Las virtudes disminuyen y se pierden mediante la realización de actos contrarios a los propios de la virtud. La prolongada sensación de actos virtuosos puede ocasionar el debilitamiento e incluso la pérdida de la virtud.
Las virtudes cardinales
La palabra cardinal proviene de la voz cardo, que significa gozne. Se emplea para denominar una serie de virtudes porque son como la base o las que sostienen toda la vida moral a la que se reducen todas la demás virtudes. Se conocen como virtudes cardinales: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.
Se pueden considerar como virtudes generales porque se comportan como condiciones de cualquier acto de virtud: acierto en lo que hay que hacer (prudencia), armonizar lo propio y lo ajeno (justicia), ánimo que venza el temor al esfuerzo y las dificultades (fortaleza) y moderación de los impulsos (templanza).
Prudencia
La prudencia la podemos definir como la recta medida de lo que se ha de obrar. Inclina a la inteligencia a juzgar de acuerdo con la norma moral, acerca de los actos concretos de apetitos sensibles y voluntarios.
Justicia
La justicia es la virtud que se inclina a dar a cada uno lo suyo. Sus tres partes subjetivas son la justicia conmutativa, legal y distributiva: regulan, respectivamente, las relaciones entre los individuos.
Fortaleza
La fortaleza es la virtud que regula los actos o pasiones del apetito irascible, y tiene por objeto el bien arduo y difícil de conseguir. Modera según el dictamen de la prudencia, tanto el temor que inhibe de las obras por el esfuerzo que requieren, y la audacia temeraria que afrontan los peligros innecesarios.
Templanza
La virtud de la templanza perfecciona el apetito de lo concupiscible, que se dirige al bien deleitable, moderando los placeres corporales según el orden de la recta razón. Tiene la importancia de evitar que el hombre se sumerja por completo en lo material, haciendo posible que el alma quede libre para conocer y amar a Dios, ocuparse de los demás, desarrollar y una labor intelectual o profesional, etc.
Las virtudes teologales[3]
Las virtudes teologales adaptan las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina. Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad, al que tienen como origen, motivo y objeto. Las virtudes teologales son la fe la esperanza y la caridad. Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano.
La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que El nos ha dicho y revelado. La esperanza es la virtud por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo. La caridad es la virtud por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por El mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. La caridad es la expresión del amor.
VALORACIÓN PERSONAL
Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de persona humana dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. Estos actos los podemos realizar partiendo del don de la libertad. La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar conforme a lo establecido como norma moral. La libertad es el hombre una fuerza dada para el crecimiento y para la maduración de la bondad y de la verdad. La libertad alcanza su mayor perfección o plenitud cuando está ordenada a Dios.
La libertad hace al hombre un sujeto moral o bien ético. Cuando el hombre actúa deliberadamente, es el padre de sus actos. Los actos humanos, es decir, libremente realizados tras un juicio de conciencia, son calificados moralmente como buenos o malos.
Para la realización de los actos se nos disponen las virtudes. Las virtudes morales se adquieren mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los gérmenes de los actos moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino: Dios.
No hay duda de la importancia que tiene el desarrollo de las virtudes, pues ayudan al hombre a organizar su vida guiada por las acciones necesarias y buenas. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas.
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