Dos formas distintas de entrar en la ciudad de Jerusalén
Con el Domingo de Ramos damos inicio a las celebraciones anuales de los misterios de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Culminamos el camino que comenzamos a recorrer al inicio de la cuaresma con nuestra oración, nuestro ayuno y nuestras obras de caridad. El fin último de este caminar cuaresmal es celebrar llenos de la gracia de Dios y con el corazón inundados de gozo la Pascua del Señor.
La procesión de ramos que se realiza durante este día es memoria de la entrada que realizó Jesús a la ciudad Santa de Jerusalén al inicio de la celebración de la pascua judía.
Jerusalén está ubicada en la cima del Monte Sión. Es el lugar elegido para construir la ciudad que es signo de la nación santa que Dios ha elegido para él. Al contemplar esta ciudad amurallada, cómo canta el Salmo 121, contemplamos los palacios del Rey David como una prefiguración de la majestad del Reino de Dios instaurado por Jesucristo.
Al leer el texto bíblico según san Mateo que nos sugiere la liturgia para hoy, podemos ver cómo Jesús entra a la ciudad entre aclamaciones de júbilo y gozo, como un rey que entra en su ciudad para tomar su trono. Sin embargo, ésta no es la entrada triunfal de un rey a la que están acostumbrados los judíos. Ellos están acostumbrados al tipo de entrada triunfal al estilo de Poncio Pilatos.
Poncio Pilatos era el procurador de la Provincia de Judea en tiempo de Jesús. Él, vivía en Cesarea la Marítima y todos los años, para la celebración de la pascua judía, se trasladaba con su escolta militar a Jerusalén para aplacar las fuerzas revolucionarias en el caso de que se formara una revuelta judía en contra de las fuerzas imperiales. Su llegada estaba encabezada por el vibrar de tambores y el sonar de las trompetas que anuncian la llegada de alguien importante. Su formación estaba flanqueada por los estandartes de los signos de Roma. Su escota estaba compuesta por su mejores militares que portaban capas, lanzas y espadas para demostrar su invencible fuerza bélica. Su cabalgadura digna de un gobernante que vela por los mejores intereses de un rey. Además, le acompañaba sus bienes, servidumbre, esclavos.
No obstante, la entrada de Jesús en Jerusalén no se realiza como la de ese tipo de rey. Sin escolta, ni ejércitos, ni lanzas, ni espadas, ni esclavos. En eta ocasión el Rey entra de la forma más humilde, con cantos de alabanzas realizados por los más jóvenes, mujeres y hombres comunes que llevan ramas en sus manos que agitándolas gritan: “¡Hosanna, Hosanna!”. Jesús entra montado en un burro. Su único lujo son los mantos que colocan el suelo al pasar. Viene a cumplir son su misión: implantar el reino y a salvar a toda una muchedumbre.
Podemos compara para nuestra reflexión la entrada triunfal de un gobernante de un reino material y temporal; y la entrada de un Señor de un reino que no es de este mundo. Entonces podemos comprender el canto de la carta de San Pablo a los Filipenses 2, 6-16:
“Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres.
Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que, al nombre de Jesús, todos doblen la rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.”
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