UN SÁBADO TAMBIÉN
Domingo 22 del Tiempo Ordinario
Un sábado, como el de ayer, en
el que me disponía en horas de la tarde a ver las noticias a través de un canal
de televisión europeo, presencié las imágenes de cientos de hombres, mujeres y
niños heridos, quemados y muertos a causa de un ataque bélico a civiles con el
uso aparente de químicos en un país de medio oriente. Horribles las imágenes
del video tomadas desde el lugar de los hechos en medio del bombardeo y ráfagas
de tiros.
Estupefacto y ruborizado con las imágenes, que al verlas no podía creerlas. ¿Qué puede justificar tanta violencia? ¿Qué puede justificar tantas víctimas inocentes? ¿Por qué un deseo pertinaz de constante guerra?
Estupefacto y ruborizado con las imágenes, que al verlas no podía creerlas. ¿Qué puede justificar tanta violencia? ¿Qué puede justificar tantas víctimas inocentes? ¿Por qué un deseo pertinaz de constante guerra?
Al observar las imágenes que mostraban
a los niños heridos y a los miles de ellos huérfanos y refugiados me
preguntaba: ¿cómo recuperarse de tanto dolor, traumas, pérdidas, necesidades y
sufrimientos? Cargando todo esta desgracia en mi mente, poco después de ver el
reportaje noticioso, me trasladé a la tranquilidad de mi habitación y sentado
en la comodidad de mi escritorio, que de hecho no es un escritorio, ni tampoco
es muy cómodo; me traté de concentrar para leer el evangelio que corresponde para
este domingo.
¿Qué les puedo decir?
¿Cómo iluminar la realidad de ésta
guerra en medio oriente con el evangelio que se leerá en todas las liturgias de
este domingo en todas partes de mundo?
Se me ocurre pensar que muchas
personas maltratan, pisotean y se marginan la vida de los vulnerables e
inocentes; al intentar ocupar los puestos privilegiados o al competir por
obtener los estamentos de poder. A ellos no les importa el daño producido, puesto que solo piensan en sí mismos y en llevar a término sus agendas políticas, económicas o religiosas. Ante esto, con frecuencia somos muchas veces
indiferentes y hasta aplaudimos la sociedad que idolatra los primeros puestos y
los estamentos de poder. No es hasta que nos toca muy de cerca el dolor que provoca el
pisotón de aquel que se cree más fuerte.
Jesús nos enseña que el banquete
debe servirse para los “pobres, lisiados, cojos y ciegos”. Hoy, tenemos como un
deber invitar a los hombres, mujeres y niños víctimas de la guerra. Si acaso
alguien piensa que no es real atender directamente las necesidades de los
hombres, mujeres y niños víctimas de la guerra en oriente medio, pues que lo
haga con las víctimas de la guerra que se batalla todos los días en las calles de nuestro
pueblo.
Evangelio
Un sábado,
entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le
estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les
propuso esta parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el
puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y
vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: "Cédele el puesto a
éste." Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés,
cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga
el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más arriba." Entonces
quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece
será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Y dijo al que
lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos,
ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque
corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a
pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te
pagarán cuando resuciten los justos.»
Palabra del
Señor
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